jueves, 11 de febrero de 2016

"LA DÉBIL MENTAL"


Manuel Turégano

En su segunda novela, la escritora argentina radicaliza su propuesta narrativa, olvidándose del mercado y apostando por la literatura con mucho valor


Esta es la segunda vez que me ocupo de Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977), uno de los valores más prometedores no solo de la literatura argentina, sino de la literatura con mayúsculas. La primera vez fue hace dos años, tras la publicación en España de Matate, amor (Lengua de Trapo, 2012), una novela cuya intensidad narrativa y empuje poético dejaban al lector sin aliento, anonadado, como si hubiera sufrido un inesperado y violento crochet en el mentón. Desde la primera escena (con esa madre que cuchillo en mano acecha al marido y al hijo tras unos arbustos), se nos prepara para escuchar la voz atormentada, insaciable e imperiosa del deseo, ese fuego oscuro y devastador que se muestra aquí, no en su versión algodonosa y edulcorada, tampoco en la zombi o vampiresca, sino como un carbón encendido que busca sólo lo extremo: posesión o aniquilación, locura o muerte. Con un lenguaje denso, hiriente, sin ninguna concesión, Harwicz desplegaba un territorio familiar, pero lo habitaba con fieras. Lo salvaje definía el contexto y adensaba la trama. Ariana apostaba por llevar las cosas al límite, porque el empuje del verdadero deseo es ilimitado.
Con aquella novela, Ariana Harwicz acotó ya un terreno narrativo propio, inhóspito pero esencial. Y dejó abierto un interrogante: en un mundo en el que la literatura es cada vez más conservadora, arriesga menos, huye despavorida de las tentaciones vanguardistas y busca, antes que nada, complacer y deleitar al lector (aunque sea con un gran drama, incluso mejor con un gran drama que con una divertida comedia), en un mundo así, ¿qué rumbo cabía esperar de una autora que había emergido a la vida literaria como una autista frente a las demandas de ese público, como una kamikaze, que en vez de mimarlo y arrullarlo, se lanzaba directa a morderle en la yugular? ¿Sería tan suicida de enfrentarse a las sacrosantas demandas del mercado editorial? ¿O, después de un lanzamiento "radical", comme il faut, replegaría velas y volvería, cabizbaja, a la "normalidad"?
La respuesta no se ha hecho esperar, y ha sido tan rápida como fulminante. En vez de adocenarse y bajar el listón, en su segunda novela, La débil mental (Mardulce, 2015), Ariana Harwicz radicaliza aún más su propuesta estética, añadiendo una dosis suplementaria de intensidad, poesía, fragmentariedad, pasión, lucidez y locura, hasta destilar un texto de una densidad casi insoportable. Un texto que no alcanza siquiera las cien páginas, con unos generosos espacios en blanco entre fragmento y fragmento, para que el lector pueda respirar, y en el que se dilucida una relación "casi animal" entre una madre y una hija, que muy poco o nada tiene que ver con lo que la tradición ha escrito sobre una "relación filial".
Madre e hija, poseídas por un idéntico e insaciable deseo, pugnan a lo largo de estas escasas páginas por construir/destruir una relación imposible, en la que una y otra están unidas por un cordón umbilical, un vínculo en carne viva en el que la sangre circula en ambas direcciones, porque como afirma la madre en un momento de su delirio: “Yo te parí, pero vos me podrías haber parido igual”. Una relación de amor/odio, de una intensidad insufrible, en la que madre e  hija comparten y se disputan el placer, los hombres, el whisky, los juegos, las amarguras y la desazón. Dos seres explosivos, ajenos a todo orden social y sentimental, que muestran a través de destellos luminosos e hirientes la voz de sus conciencias desgarradas, voces que a veces ni siquiera podemos distinguir, pues no sabemos con certeza quién habla, si la madre o la hija.
"Madre e hija -dice Isaac Rosa en Babelia- viven en una montaña rusa que por abajo toca el infierno y por arriba la tormenta, mediante rápidas estampas y desgarros de memoria, todo narrado en un tono febril, borroso, como una borrachera".
Como ya ocurriera en Matate, amor, no se trata tanto de mujeres perdidas en la locura (lo que podría ser incluso consolador para el lector), sino de seres acorralados, desquiciados,  heridos, con heridas tan profundas que nunca se sabe si van a responder con un beso o una cuchillada. Seres que viven la maternidad o la infancia como abismos inconmensurables en lo que se despeñan sin remedio ni solución.

Quizá para entender mejor qué hay en verdad en el sótano de la narrativa de Ariana Harwicz sea interesante traer a colación su respuesta a una entrevista hecha en 2013 por Fernando Blanco, con motivo de la publicación de un texto inclasificable, escrito por Ariana en colaboración con Sol Pérez: Tan intertextual que te desmayás (Ediciones Contrabando, 2013). A la pregunta: No debemos, si nuestra pretensión es la de seguir perteneciendo al honorable sector de las personas serias, pasar por alto la cuestión del vampirismo: “mi deseo por vos me ahoga, me acecha, necesito tu sangre”. ¿Es el artista por extensión un vampiro que clava sus colmillos en la garganta de aquello que sin saber muy bien en qué consiste denominamos realidad? Ariana responde:
"El arte está hecho de vampiros y la pasión amorosa no existe por fuera del canibalismo. El cuerpo humano está mal hecho, sin lugar a dudas es un error de cálculo, de concepción o alguien se distrajo en el corte final. Uno debería poder comerse una y otra vez al objeto de su pasión y que el cuerpo vuelva a regenerarse para poder volver a ser deglutido. Eso de “hacer el amor” o del sexo es una migaja, un consuelo, al lado de lo que el dramaturgo creador debería habernos ofrecido en el menú de lo humano. Lo mismo con el arte. Morder, desgarrar, hincar, devorarse, sí, todo eso. Clavar los colmillos en la realidad o en el objeto de estudio que sea con el que trabaja el autor. La realidad me parece un plano más de entre tantos otros".
No es sino desde una concepción así del deseo, del amor, de la realidad, de lo humano, que uno puede acercarse a la obra de Ariana Harwicz. Una obra perturbadora, inquietante, que bebe de las mejores tradiciones (Virginia Wolf, Sylvia Plath, Jelinek...) y que se nos presenta ante los ojos con un vigor y una originalidad aterradores.

La débil mental se ha publicado en España de la mano de la editorial argentina Mardulce, un joven sello independiente, que de este modo desembarca en nuestro país, realizando así el viaje inverso al habitual (hasta ahora lo "normal" es que las editoriales españolas desembarcaran en Argentina). En ese mismo sello, podemos disfrutar asimismo de El viento que arrasa, de Selva Almada, otra joven escritora argentina de enorme talento.

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