jueves, 23 de octubre de 2014

HELADA LUZ EN EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS

Artículo de Jesús García Cívico publicado por Revista de Letras (La Vanguardia), el 10 de octubre de 2014



Rodrigo Rey Rosa | Foto: Contrabando
Rodrigo Rey Rosa | Foto cedida por el autor
En HeladaThomas Bernhard hace decir al pintor Strauss que “el mundo es una disminución progresiva de la luz”. Para W.G. Sebald, quien aborda en sus ensayos sobre la demencia, la violencia política, pero también social, sobre la que insiste una y otra vez el genial novelista centroeuropeo; esa oscuridad progresiva, ese oscurecimiento gradual, no es sino la misma negación del sentido de la historia bajo cuyos auspicios la búsqueda de la verdad “es ya siempre un acto de desesperación”.
Uno se ha acordado de todo eso al cerrar el primer libro de “no ficción” de Rodrigo Rey Rosa(Guatemala, 1955) publicado en España.
Bajo el rótulo La cola del dragón (título del texto más emblemático del volumen) la joven editorial valenciana Contrabando –por medio, en este caso, del editor Sergio Pinto Briones- ha recogido y dotado de una refulgente coherencia una serie de textos de no ficción de uno de esos autores que ya consensuamos en reconocer como imprescindibles.
Efectivamente, el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa (1955) –“el escritor más riguroso, más luminoso de mi generación” al decir de Bolaño– ha volcado en dieciséis textos breves, entre el diario, el cuaderno de viaje, la crónica judicial y de sucesos, testimonios negros e ineludibles de una serie de acontecimientos que destacan por su crueldad entre los más crueles de la segunda mitad del pasado siglo XX, siglo breve, oscuro, frío y cruel.
Contrabando
Contrabando
En común con el asqueo centroeuropeo (como eje temático, pero también como postura estética y sentimental) la reciente historia centroamericana –una suerte de relevo geográfico y temático del horror político pero también social del siglo XX, siglo centroeuropeo– permite secos y comprometidos ejercicios de escritura como el del novelista, aquí cronista, Rey Rosa. Ejercicios que ya no son, como en Bernhard, actos de irónica desesperación sino resultado de la fría, obstinada, quizás helada, pero siempre sobria, necesidad de dar testimonio.
Sí, desde el frontispicio, Rey Rosa deja saber que el libro que tenemos entre manos es un testimonio resultado de la necesidad de contar. Necesidad de testificar, necesidad también de acomodar, por honradez, por necesidad, el estilo a lo que se cuenta. ¿Qué se cuenta?
Tras unas pinceladas realistas tan ponderadas como emotivas sobre el escritor en formación (Bowles y yoEstudios de Miquel Barceló), reivindicaciones de escritores poco conocidos (Salomón de la Selva en Encontrado en Nicaragua) se cuenta, lo habíamos adelantado ya, el horror, la brutalidad, la insoportable impunidad de esos crímenes que hemos calificado con voluntarista rotundidad como “crímenes de lesa humanidad”.
El genocidio perpetrado en la Guatemala de los años ochenta por el gobierno del general Efraín Ríos Montt, con el apoyo de los servicios de inteligencia de EEUU, contra pobres acusados de colaborar con movimientos de izquierda y campesinos indígenas se cobró la vida de más de 200.000 personas. Una media de 6000 asesinatos al año, la mayoría de los cuales, al igual que las violaciones y otras torturas de las que fue víctima la población maya-ixil, quedaron sin castigo.
La luz sobre la responsabilidad última de militares y políticos en el poder se desvaneció el año pasado con la anulación por parte de la Corte de Constitucionalidad de Guatemala (la Corte celestial) de la sentencia de genocidio. Se oscurecía así, de nuevo, esa parte del planeta que recogió el testigo horrible de la larga serie de corazones de tinieblas que mucho antes habían sido el Congo Belga en la época de Leopoldo II (el descrito por el propio Joseph Conrad), el padecido por el pueblo armenio, el Holodomor ucraniano o el Porraimos (contra el pueblo gitano) y la Shoa ya en el propio centro de Europa.
¿Qué estilo? Se cuenta austera, seca, rigurosa, ásperamente. Rey Rosa, el escritor, hace lo más caro a la vanidad de los autores: se hace desaparecer. Acción consecuente. ¿No fue acaso la magnitud de cada uno de aquellos horrores a los que antes aludíamos, el Holodomor, la Shoa… tal que se dudó (Theodor Adorno) de la posibilidad de seguir haciendo poesía? Tal era la oscuridad y la gélida temperatura de cualquier corazón mínimamente concernido. La poesía, pero también el poeta, desaparece. Rey Rosa es consciente de que las palabras que graba, el testimonio, el documento que reproduce habla, como se suele decir, por sí solos.
La cola del dragón, zona central del libro, tiene un trasfondo recurrente: la anulación de la sentencia que condenaba al golpista Ríos Montt como responsable final del arrasamiento genocida por parte del ejercito guatemalteco, auspiciado por el gobierno de Reagan, del llamado Triángulo Ixil. Para situar los hechos le basta al escritor con bosquejar un marco: “El paisaje del altiplano guatemalteco estaba, a finales de abril, sumido en un vasto baño neblinoso. Los pueblos de Chichicastenango y Santa Cruz del Quiché, sin la actividad febril de los días de mercado, parecían solamente sucios y caóticos, víctimas de la proliferante fealdad de nuestra era.” Y luego la realidad.
Mantenida la contención, la verdad se desborda, por decirlo como Nabokov, por el nebuloso margen de la página. Y es suficiente. Sobrevivientes ixiles declararon como soldados jugaban al futbol con la cabeza de una anciana. Sobre las torturas de chicos y chicas el pionero de la antropología forense Clyde Snow reconoció en su día que aunque hubo cosas parecidas en El Salvador, Bosnia o Irak, es en Guatemala donde peores atrocidades había visto.
“Cuando la derecha cazaba genocidas” escrito con Sebastián Escalón es la irónica, negra, crónica sobre la campaña de calumnia, desprestigio y asesinato de líderes democráticamente elegidos. Los informes de la CIA sobre las operaciones en Guatemala entre 1952 y 1954 que recoge Rey Rosa incluyen el Manual para asesinos (puesto al alcance del público en 1997). El insoportable cinismo de la agencia norteamericana es también tema específico del breve Snow Job. Rey Rosa deja, una vez más. que el texto se escriba solo: “(…) una categoría más se origina por la necesidad de ocultar el hecho de que la víctima fue asesinada (…) las herramientas simples y las que estén a la mano son las más eficaces. Un martillo, un desarmador, un atizador, un cuchillo de cocina, un pedestal de lámpara, o cualquier otro objeto duro y pesado que esté al alcance bastará (…) Para los asesinatos simples o de persecución el accidente prefabricado es la técnica más efectiva. Cuando se lleva a cabo con éxito causa poco alboroto y es investigado sólo de manera casual.”
Hechos cuya impunidad sobrevuela como un buitre disidente los cadáveres sin verdad de este periodo atroz de la historia de América y que regresan a estos breves textos una y otra vez, así el asalto a la embajada española el 31 de enero de 1980 donde se quemaron vivos a los 27 indígenas que habían ingresado de forma pacífica para denunciar los continuos abusos que sufrían. Sobrevivió, recordémoslo, el embajador español Máximo Cajal que saltó por un ventana, sobrevivió, denunciémoslo, un campesino que fue trasladado al hospital con graves quemaduras para ser secuestrado luego por varios hombres armados en el propio hospital. Su cadáver apareció muerto al día siguiente con señales de tortura.
Cita en Bogotá sirve a Rey Rosa para rebatir la negación del genocidio guatemalteco en la casa de Borges: la biblioteca. Cinco columnas señala los terribles matices de la palabra Kaibil, las técnicas de deshumanización y embrutecimiento para infundir terror (torturas, decapitaciones).Visita a la jueza Barrios es el retrato escrito con ternura seca de Iris Yassmín Barrios conocedora en tribunales de los llamados de Alto Riesgo de casos cruciales de la historia reciente de Guatemala: asesinatos, chantajes, extorsiones de investigadores, científicos y activistas de derechos humanos.
La violencia que generamos parte de la conocida tipología de la violencia por parte del filósofo esloveno Slavoj Žižek, violencia que, entre nosotros, también diseccionó perfectamente el desaparecido Vázquez Montalbán: la subjetiva –ejercida directamente por agentes individuales o colectivos; la objetiva –racismo, machismo, exclusión; la violencia simbólica o sistémica: necesaria para perpetuar ciertos modos de vida –la de los zares, la de las oligarquías latinoamericanas.
La tesoro de la Sierra es la crónica en autobús del tour de los horrores que significa para el medio ambiente y la salud, y por tanto para la supervivencia de los campesinos centroamericanos, la explotación a cielo abierto de minas de oro. La cuestiones son retóricas: ¿cómo puede la avaricia de una empresa privada y la ingenuidad de unos pocos poner en riesgo la vida de generaciones enteras? ¿qué nueva forma de violencia supone el desprestigio de las víctimas, su ninguneo, las injurias vertidas desde los medios de comunicación a quienes buscan esclarecer qué sucedió y llamarlo por su nombre? La respuesta regresa en La caja de los truenos y en el último de los Apéndices, el que sigue a la oscura “Entrevista en Ronda”.
En La cola del dragón, Rey Rosa ha dado, por necesidad, testimonio de la violencia (gubernamental, militar, pero también social), de la demencia (gubernamental, militar, pero también social). Ha tomado una lámpara y ha entrado en la cueva donde la barbarie del matarife convive con la indiferencia de los embrutecidos tal como en nuestra latitud hicieron con negra amargura Amery o Kertész. La cueva del dragón es la nuestra. La luz es fría, helada, como en el título de Bernhard. Nace del estupor que produce la impunidad, de la sensación de que todo puede seguir como si nada, que uno puede seguir viviendo, viajando o pescando, como en la imagen del famoso relato de Raymond Carver, con el lago lleno de cadáveres. Sí, el libro tiene sus personajes: en Encantador de serpientes, el doctor David C. Burden una suerte de Mengeleselvático salido de Conrad; en el contexto de represiones indígenas de El santo ángel la campesina Petrona Corado pero el protagonista es siempre un estupor: el estupor frente a la insensibilidad.
Sabe Rey Rosa que añadir una palabra de más lo habría acercado (injustamente) al sensacionalismo, que debía alejarse, acercarse y alejarse otra vez. Es por ello un acierto de los editores situar al principio de este libro los textos que transcurren en el extranjero. Añaden a la lucidez del autor la perspectiva de la distancia. Quien ha viajado demasiado (Rosa volvió a Guatemala en 2001 tras vivir en Europa y Nueva York) sabe que a su regreso el país natal se carga siempre de extrañeza.
Como la literatura tiene por objeto la naturaleza humana, el libro lo leerá y lo hará mejor, el lector sensible. Los temas son también de interés para el estudioso “de la inhumanidad del hombre hacia el hombre” por decirlo como ese científico de los derechos humanos que fue Richard Claude: la responsabilidad de las corporaciones y empresas internacionales por violaciones de derechos humanos, la impunidad, la tipología de la violencia, la ineficacia de las normas jurídicas más imprescindibles, son todos ellos temas de triste actualidad.
Del escritor Rey Rosa uno se aventura a decir que habría empezado a escribir por y como Borges pero hubo de transitar, de nuevo por necesidad y lucidez, hacia la literatura comprometida de Camus. Rey Rosa ha querido dar luz fría al ennegrecimiento de una parte del mundo, un acierto, como acertada, dicho sea para finalizar, es la elección en la portada de una fotografía blanco y negro del autor de Piedras encantadasCaballeriza o Los sordos con una cámara entre las manos: toda una imagen (una meta-fotografía) de la intención estética y del lúcido empeño anterior.
Jesús García Cívico
Jesús García Cívico (Valencia, 1969), licenciado en filosofía y doctor en derecho es profesor en la Universidad Jaime I donde dirige el proyecto 'La norma y la imagen' sobre derechos humanos, cine y literatura. Ha colaborado en las secciones de crítica literaria de 'Le Monde Diplomatique' (edición española), 'Dilema' revista de filosofía, 'Pasajes de Pensamiento Contemporáneo' y otras. Ha publicado poemas, aforismos y relato corto en diversas revistas literarias como 'La bolsa de pipas' (Palma de Mallorca) y 'Canibaal' (Valencia). En la actualidad es colaborador de la revista online de ocio y cultura 'El Hype (Culture & Entertainment Magazine)' donde tiene un espacio fijo en formato de blog: 'Hermosos y malditas'.

martes, 7 de octubre de 2014

EL RELATO CORTO EN EL CATÁLOGO DE CONTRABANDO

Intervención de Manuel Turégano, el 19 de septiembre de 2014, en L´Eliana, Valencia, con motivo de la presentación de dos libros de relatos: “Maldita seas tristeza” de Carlos Michel Fuentes y “Trama de grises” de Jerónimo G. Tomás





Me gustaría iniciar esta presentación haciendo un pequeño homenaje a Jaume Vallcorbá, el editor fallecido recientemente y a quien debemos la creación de dos espléndidos sellos editoriales, uno en catalán, Quaderns crema, y otro en castellano, El Acantilado, que han sido y son toda una referencia y un ejemplo de buen hacer editorial en nuestro país. En una conferencia en la Universidad Pompeu Fabra, Vallcorbá señalaba que en un mundo como el actual en el que, merced sobre todo a la aparición de Internet, cada día se producen, se cuelgan y se difunden un número prácticamente indeterminado de textos; en un contexto, decía, en el que tal infinitud recuerda más que a ninguna otra cosa a la infinitud y a la esterilidad de un desierto, la tarea del editor es "rescatar y dar un marco" a los textos que realmente valen la pena.

"El marco -dice Vallcorbá- es una parte sustancial del paisaje. Tan sustancial que se diría que sin él no hay paisaje. El marco da forma a lo que antes de verse arropado por él, era algo inasible por inmenso. El marco dirige nuestra mirada hacia su interior: subraya, acentúa, estructura. Elimina todo lo superfluo y profundiza en lo esencial, dándole relieve".

En Ediciones Contrabando, aun de una forma tal vez intuitiva, pienso que estamos tratando -desde hace ya más de año y medio- de fijar los límites y la estructura de ese marco destinado a perfilar el paisaje literario que marcará nuestro sello editorial. Algunos de los límites de ese marco los fijamos nada más empezar: como el propósito de ser una editorial dedicada a publicar ante todo a escritores de España e Hispanoamérica, autores noveles y emergentes, autores que arriesguen y tengan un perfil propio, sin desdeñar por otra parte textos de autores más conocidos que estén dispuestos a respaldar nuestra singular aventura editorial.
Junto a este ingrediente más estructural, hay otro rasgo que ayuda a perfilar y definir ese marco propio de Ediciones Contrabando; y es su apuesta por una estructura narrativa que, hasta ahora, ha tenido muy escaso eco en nuestro mundo editorial, pero que cada vez se consolida más en el mercado: me refiero a la narrativa corta, a los libros de relatos.
El nuestro no ha sido hasta ahora un país que apueste claramente por este molde narrativo. A diferencia de Hispanoamérica, donde los libros de Borges o Cortázar -por citar a los clásicos- han competido siempre en condiciones de igualdad con los libros de poesía o con las novelas, en España no ha sido así. Y aún no lo es. Y eso que aquí bien podríamos presumir de tener un precursor de talla, si considerásemos las Novelas Ejemplares de Cervantes como un anticipo, un preámbulo del relato breve contemporáneo. En todo caso, tampoco es de extrañar ese "olvido". También Cervantes creó la novela moderna, con El Quijote, y hasta Benito Pérez Galdós -tres siglos después- España no tuvo un novelista de fuste.
El relato breve moderno deriva de muchos precedentes y antepasados, pero a la vez es un hijo casi exclusivo de la revolución orquestada por Antón Chejov a finales del siglo XIX. Chejov, que comenzó a escribir para los periódicos, carecía del tiempo necesario para adornar sus historias con detalles superfluos y descripciones prolijas, de modo que hizo de la necesidad virtud, limpió el relato de todo lo innecesario y elevó la concisión, la brevedad, la economía de medios y el rigor expresivo a la categoría de principios básicos que habían de regir de forma implacable el régimen interno de este nuevo tipo de estructura narrativa. Frases como "la concisión es hermana del talento", "el arte de escribir es el arte de condensar" o "escribir con talento es escribir concisamente" salpican su correspondencia de los años 1883-85, precisamente cuando alcanza sus mejores cotas en este arte narrativo. Casi toda la narrativa corta posterior está en deuda con él, porque aun aquellos que están más alejados de su espíritu realista o moral, y tomaron otros caminos, como el relato simbólico o fantástico, autores determinantes del género como puedan ser Kafka o Borges, tampoco ellos han dejado de tener en cuenta esas reglas básicas de estructura y estilo por las que abogó Chejov. En cierto modo, y en nombre de todos ellos, Raymond Carver -otro monstruo del relato corto contemporáneo- escribió un conmovedor homenaje al maestro, narrando sus últimos días en el relato "Tras flores amarillas".
El relato corto es un género absolutamente autosuficiente. El relato corto no es una novela abreviada, o la sinopsis de una novela, o el bosquejo de una novela aún por escribir. Es algo totalmente distinto. En primer lugar es un texto literario, que tanto en su vertiente estética como en la semántica, es autosuficiente. Agota su sentido en sí mismo. No necesita ni, en cierto modo, permite, ulteriores ampliaciones o desarrollos. Yo diría que el cuento es como el brocal de un pozo. Una construcción muy reducida, pero a través de la cual se accede a todo un mundo misterioso de profundidad desconocida.
El relato corto, además -a diferencia de una novela, que leemos solo una, dos o tres veces en toda la vida- es un género que nos invita a la reiteración, a la relectura, a volver a él una y otra vez. Hay cuentos de Kafka, de Chejov, de Borges que, sin exagerar, habré leído quince o veinte veces. Y la sensación es siempre la misma: si es un gran cuento, si es un buen cuento, siempre sale agua nueva y fresca del pozo; cada vez que bajamos el cubo, sube lleno otra vez. La riqueza nunca se acaba. El verdadero cuento es aquel que no deja que se seque nunca su manantial. Aquel que, entre sus apretadas líneas, nos descubre siempre vetas ignoradas, pequeños tesoros ocultos, fuentes nuevas de significación.
El relato corto es un verdadero trabajo de orfebrería. Y siempre cabe exigirle una perfección formal mayor que a la novela, que con su enorme plasticidad -la novela es como la vida humana, algo de una plasticidad casi infinita- puede permitirse todos los desmanes imaginables. Ante el cuento, en cambio, el autor es, a mi juicio, menos libre, pues es una estructura más exigente, más disciplinada, más pura, más delicada. Y es que el cuento perfecto es aquel al que no le sobra ni la falta una palabra, y cada una de ellas está colocada con precisión en su sitio.
En Ediciones Contrabando, ya lo he dicho, hemos apostado de una manera decidida por esta forma narrativa y literaria. Y una buena prueba de ello la tenemos hoy aquí, con nosotros, a través de dos muestras muy dispares, dos libros que con estilos muy distintos, casi contrapuestos, persiguen a mi modo de ver un mismo fin: ampliar las fronteras de este género, darle nuevas dimensiones, trazar nuevos caminos... y avanzar en la definición de cada uno de sus proyectos literarios.

Jerónimo García Tomás -nacido en Valencia en 1977- es técnico superior en imagen y sonido y licenciado en filología inglesa. Ha vivido alguna parte de su vida en Italia, lo que le ha dejado alguna que otra huella. Rinde una admiración especial a la literatura norteamericana de entreguerras (Hemingway, Dos Passos, Scott Fitzgeralt...) y, sobre todo, a los clásicos de la literatura negra: Dashiel Hammet y Raymond Chandler. Su espíritu creativo está dividido, a partes iguales, entre el cine y la literatura, dos pasiones equiparables. En la actualidad es colaborador de la Cartelera Turia

Trama de grises, el libro que nos va a presentar hoy, está integrado por 9 relatos, que corresponden a distintas etapas de su formación como escritor y evidencian las poderosas o sutiles influencias que sobre su escritura han ejercido algunos de sus escritores favoritos, al tiempo que nos van dando pistas, cada vez más claras, cada vez más convincentes, de la creación de un mundo narrativo propio y de un estilo completamente singular.
Con una técnica objetivista muy depurada, recurriendo a diálogos muy bien construidos e hilvanados, utilizando personajes que bordean casi siempre los márgenes imprecisos de la sociedad, moviéndose por paisajes degradados, los relatos de Trama de grises acaban por sumergirnos siempre en una cotidianidad inquietante, turbia, llena de grietas, de espejos rotos, en los que, bajo la luz desvaída del crepúsculo, vemos como se dilucidan sutiles juegos de fuerzas.

Carlos Michel Fuentes nació en La Habana en 1968. Unas tempranas cataratas lo alejaron del béisbol, su verdadera pasión. Hijo único, creció entre mujeres y escaseces en un apartamento muy céntrico del Vedado. Abandona Cuba a principios de los años 90 tras un largo periodo de desilusión y desconsuelo. Graduado en Bellas artes. Devenido pintor escenográfico, trabaja para el cine, el teatro y la televisión en los EEUU. Diseñador gráfico. Ilustrador. Escritor compulsivo. Actualmente vive en España, donde participa en exposiciones individuales y colectivas de su obra gráfica.

Maldita seas tristeza es a la vez un guiño y una parodia de aquel Bounjour, tristesse, de François Sagan, que el autor leyó en su juventud habanera. Aquí no hay nada de aquella vida fácil, coches rápidos, residencias lujosas o personajes indolentes tostándose al sol, ni esa mezcla tan francesa de cinismo, sensualidad e indiferencia que definen a la burguesía ociosa que retrata Sagan.
En los 18 relatos o episodios que componen Maldita seas tristeza -unos breves, otros no tanto; unos habaneros, otros de acá; algunos de un hermetismo exasperante, otros de una luminosa transparencia- lo que el lector va a acabar descubriendo es la magia de un lenguaje que se encaja como un guante en la realidad que describe, que se desliza como una serpiente en busca siempre de fragmentos de una memoria que mantiene viva esa relación primigenia –y tantas veces olvidada- entre los hechos, las cosas y las palabras.
En cada episodio de este libro, en cada relato, descubrimos una mirada lúcida, despiadada en ocasiones, y un lenguaje apasionado que se apropia de la realidad a borbotones. Todo el libro respira autenticidad, ausencia total de impostura. Y eso, hoy en día, es muy difícil de encontrar.

Y paso ya a dejarles la palabra a ellos, no sin antes enviaros a todos un saludo de Contrabando.